
Estoy convencido de que los señores Miyamoto y Aonuma no sabían lo que tenían entre manos cuando estaban creando The Legend of Zelda: The Wind Waker. Quizá muchos ya no os acordéis, pero en el año 2003, cuando todo el mundo estaba esperando una versión hiperrealista y oscurantista que llevara un paso más allá lo conseguido 5 años antes por Ocarina of Time, Nintendo se salió por la tangente llevando una de sus sagas estrella al ámbito de la caricatura y los colorinchis. Las críticas, claro, fueron variadas, pero lo que nadie pudo ver entonces es algo que a día de hoy resulta más que notorio: The Wind Waker es inmune al paso del tiempo.

Porque sí. Hablar de este juego es hacerlo de sus gráficos en primera instancia. Este Zelda no sería lo que es sin su cell shading, del mismo modo que tampoco sería lo que es sin su pícaro planteamiento: a caballo entre la aventura accesible para todos los públicos y el puzle capaz de poner a prueba los cerebros más lúcidos. Parece que las mentes pensantes tras el juego hubieran sido capaces de predecir la alta definición antes de que esta tomara la mayoría de los hogares, porque tras haber completado la versión de Wii U puedo decirlo alto y claro: The Wind Waker nació para ser jugado en HD.
Es la ventaja de usar texturas de colores planos. Puedes dotarlas de más resolución y crear un juego de una nitidez y un colorido impagable. Por este motivo es por el que digo que este Zelda no envejece. A día de hoy luce tan bien como un juego de la generación actual, y por mucho que pasen los años, sus gráficos seguirán siendo perfectos. Se podrá crear algo parecido que aumente la espectacularidad a base de poner más elementos o animaciones en pantalla, porque a base de mejorar un apartado artístico de este calibre… lo veo complicado.

Como juego de la saga, en fin… quizá no esté en el top 3 de Zelda debido en parte a su ritmo más pausado y a su mapeado un poco de ‘corta y pega’, pero si algo no se le puede achacar a The Wind Waker es falta espíritu aventurero e incapacidad para hacernos amar la mar. Ese Link aniñado a bordo de Marcarón Rojo es una de las estampas más icónicas de la historia de los videojuegos, y los viajes transoceánicos bajo las gaviotas y la batuta del mítico Kōji Kondō y cía, una experiencia inenarrable de las que son capaces de levantarte del asiento al grito de ‘¡proa alta mar!’

Pero sí, al margen de esa épica que acompaña el echarse a navegar por esta tierra de leyenda ahora convertida en agua e islotes, lo cierto es que Wind Waker peca un poco en cuanto a simplicidad de planteamientos, de mecánicas y de hilo narrativo, que si bien es capaz de cumplir con los estándares no se acerca ni por asomo a lo que veríamos después en Twilight Princess. Ahí, en ese aspecto, es donde quizá podríamos notar los más de diez años que carga este Zelda a sus espaldas. De todos modos, ya quisieran muchos llevar así el paso del tiempo.
También hay montones de virtudes reseñables al margen de ser el Jordi Hurtado de los videojuegos. Si te gusta explorar hay exploración pa’ rato, pues el vasto océano que conforma el mapa da para albergar multitud de secretos. También hay mazmorras bien diseñadas y jefes finales plagados de originalidad, y por último algo que me llegó a desconcertar en ocasiones: unos saltos de dificultad más propios de los Juegos Olímpicos que de la saga Zelda. Si vas a jugar ten una buena guía a mano, porque más de una y dos veces te verás ante la tesitura que atormenta a la humanidad desde el origen de los tiempos: ¿y ahora qué leches hago?


Redactor aficionado a la lengua japonesa, al coleccionismo friki y a videojuegos de todas las generaciones. Me verás comprando lo más buscado, pintando, leyendo manga o echando unas partidas. | Sígueme en Twitter